Ciudad Mallorquín
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Argos se escuda en estudio de Uninorte para decir que en zona de Ciudad Malloquín no había bosque seco tropical

Concluye que “el territorio de Ciudad Mallorquín ha sido modelado por el ser humano durante casi un siglo y no corresponde a un relicto de bosque seco tropical”.

Se trata de un estudio desarrollado por Grupo de Investigación en Geociencias (GEO4) de la Universidad del Norte que, luego de analizar fotografías aéreas y satelitales de los últimos 70 años (entre 1948 y 2024), pudo reconstruir paso a paso la transformación que ha tenido esta zona, ubicada en el norte de Barranquilla.
 
Los hallazgos presentan resultados cuantitativos específicos obtenidos mediante métodos ampliamente reconocidos y avalados por la comunidad académica y profesional ponen en contexto el polémico debate ambiental que rodea al proyecto urbanístico y desmontan la idea de que se trata de un relicto de bosque seco tropical. Detrás de la investigación se encuentra el equipo del geocientífico Juan Camilo Restrepo, profesor asociado del departamento de Física y Geociencia y director del Instituto de Desarrollo Sostenible IDS de la Universidad del Norte.

Los especialistas de la Universidad del Norte integraron más de medio siglo de registros oficiales, concluyendo que el paisaje de la zona en donde está Ciudad Mallorquín ha sido “hijo de la perturbación humana” y que su intervención se remonta a la construcción de los tajamares de Bocas de Ceniza finalizada en los años cuarenta, desviando el río Magdalena y desencadenando una fuerte deposición de sedimentos que durante las décadas siguientes dio paso a la ciénaga de Mallorquín y a los terrenos que hoy ocupan tanto manglares como urbanizaciones. Esta seguidilla de consecuencias anuló los antiguos caños fluviales, fragmentó la laguna principal en varios cuerpos de agua menores y creó nuevos suelos donde más tarde se asentó vegetación secundaria.

Lo anterior lleva a otra de las principales conclusiones de este estudio: la intervención humana a este territorio no es reciente y por el contrario, esta zona de la ciudad ha vivido distintas oleadas de transformación que iniciaron con las vías, luego la infraestructura institucional como (como colegios, cementerios y universidades) y el desarrollo urbanístico.
 
Un concepto clave para entender en este contexto se refiere a la fragmentación. Como dicen los científicos que analizaron el caso: “no es lo mismo un bosque de 1.000 hectáreas completamente conectado, que tener 1.000 bosques de una hectárea cada uno, porque, aunque parece que al final el tamaño es el mismo, ecológica o sistémicamente tiene menor valor”. Y, precisamente, el equipo investigador logró identificar una reducción de la fragmentación natural, entre 2021 y 2024, una muestra de los efectos ecológicos positivos que tiene el urbanismo formal.

Para valorar con mayor precisión los riesgos y oportunidades que plantea Ciudad Mallorquín, el IDS usó un geovisor interactivo con toda la secuencia histórica de mapas, métricas de paisaje y series fotográficas. La herramienta les permite no sólo vigilar los compromisos ambientales del proyecto, sino también para guiar futuras decisiones sobre restauración y uso de suelo en el delta del Magdalena.

Así, mientras los trabajos de urbanización avanzan, la investigación ofrece una base factual difícil de eludir: el territorio de Ciudad Mallorquín ha sido modelado por el ser humano durante casi un siglo y no corresponde a un relicto de bosque seco tropical. Reconocer esa trayectoria no implica renunciar a su valor ambiental; al contrario, abre la puerta a una planificación con programas de compensación y restauración que pueden seguir respondiendo a las necesidades ecológicas de la zona.

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